No basta con vivir el ahora, ni con saber que el ahora es todo lo que existe, es preciso comprenderlo y explicarlo. No pretendo desarrollar una nueva teoría sobre la Vida, el Universo o el Todo. Dejo eso para los que dicen que saben, los especialistas, profesores, filósofos, maestros, iluminados. Soy solo un poeta que, con toda sencillez, les invita a iniciar una investigación sobre el movimiento que, revolución completamente distinta a todas las conocidas, comienza con el darse cuenta de la importancia que tiene el comprender el ahora.

Introducción

Leía con pasión aquel libro porque hablaba de mí, de mis problemas, de mis conflictos, de mis sufrimientos… de pronto me detuve en una frase, una pregunta. La pregunta quedó flotando en el instante, en el límite mismo, frente al abismo del ahora. Todo mi ser quedó suspendido de aquella pregunta que no tenía respuesta. La pregunta se refería no sólo a una parte de mí sino que involucraba todo lo en aquel momento era, a todo mi pasado, mi presente, mi futuro.
Miré a través de la ventana, un amplio horizonte se abría más allá de la ciudad. Al fondo, el cielo nocturno estaba cargado de nubes eléctricas. Volví a plantearme la pregunta sin oponerme a ella… en ese mismo instante un rayo abrió en dos la noche penetrando de lo profundo a lo profundo … el relámpago exterior coincidió con el interior o el exterior se hundió en mí arrasando la pregunta:


¿quién controla al que controla?


Su luz se disolvió en el fondo borrando toda ansiedad, toda duda. No había respuesta verbal, la respuesta surgía de la pregunta como un hecho, como una vivencia, sin tiempo. No había un quien, solo ese fondo vacío.  
Me levanté asombrado, algo aturdido, quizá asustado. Algo había pasado aunque no supiera exactamente qué. Todo el conflicto, ansiedad y sufrimiento acumulados durante tantos años se habían disuelto como el rayo en aquel fondo vacío.
Salí de la habitación, crucé el comedor hasta el balcón. El mundo era el mismo pero había cambiado. Recuerdo la sensación de libertad en un espacio que nunca había percibido, un espacio lleno de armonía entre los majestuosos edificios. La fealdad de la ciudad había desaparecido. Interiormente sentía paz infinita y euforia, alegría inmotivada y esta paz, esta alegría se extendía por el espacio sin distiguir entre dentro y fuera. Sin más pensamientos que los necesarios para poder moverme por el piso sin perderme o encender un cigarrillo, el silencio era el fondo de todo sonido y ese fondo escuchaba, veía, sentía lo que me rodeaba. No había sensación del paso del tiempo, un movimiento atemporal que abrazaba el ahora era todo lo que existía. No me importaba lo que había sido en el pasado ni lo que sería en el futuro. 


Solo existía el ahora. No había temor.

No estaba asustado, todo lo contrario, pero ¿cómo contar a mis compañeras de piso lo que me había ocurrido? Qué era exactamente lo que podía contar: porque lo extraordinario no era la sensación de paz y armonía, que vivía como algo completamente normal, y sentía, por decirlo así, como el estado natural del ser, no como un recuerdo sino como algo vivo y ocultado que siempre había estado ahí aunque no me hubiera dado cuenta… lo extraordinario era cómo se había producido. Y eso no tenía explicación y, por tanto, no podía ser contado o yo no sabía cómo hacerlo.
Lo mantuve en secreto incluso para mi compañera. Quizá intenté balbucear algunas palabras, solo recuerdo que me entregué con todo mi cuerpo, mi ser, a ella
cuando llegó del trabajo. Sentí que era la única manera de comunicarlo.

Al día siguiente me levanté con la inquietud de que aquello hubiera desaparecido. Sin embargo, seguía ahí y ahí siguió durante algún tiempo. No recuerdo cuanto. Lo que sí recuerdo es que aquello afectó profundamente a mi vida. Dejó de preocuparme la búsqueda permanente de satisfacción y placer, dejó de interesarme la búsqueda compulsiva de conocimiento, dejó de interesarme el llegar a ser distinto de lo que era. De alguna manera aquello era la certeza de ser completamente, no había necesidad de lograr algo distinto. Toda idea de realización personal desapareció integrándose sin esfuerzo en la vida cotidiana. Empecé a cuidar la alimentación, el cuerpo, sin necesidad de esforzarme en ello. Era como el resultado natural de aquella felicidad no buscada.

Con el tiempo quise saber qué me había ocurrido. Quizá ese fue el comienzo de la degradación de la vivencia o quizá ocurrió al contrario: el hecho de que fuera disminuyendo me llevó a buscar la manera de repetirla, acrecentarla. Comencé a buscar de manera cada vez más compulsiva. Leí a Krishnamurti, a Alan Watts, a Aldous Huxley,
a Salvador Pániker, a Juan de la Cruz, a los primitivos maestros del Tao, del Chan, del Zen… La búsqueda, el deseo de ser distinto a lo que era, volvió de forma paulatina, casi sin darme cuenta. Otra vez huyendo de mí mismo.

Pero ¿quién era el que huía y hacia dónde? ¿Cómo es posible huir del ahora? ¿Por qué desapareció, si es que desapareció. o simplemente fue tapada por nuevos conocimientos, conflictos, ansiedades, imágenes, pensamientos? Aquella liberación producida por el rayo de la atención pudo ser solo sensación, solo el alivio que se produce al terminar un sufrimiento profundo, un intervalo entre dos estados de sufrimiento o mi estado natural. No lo sabía. De nada valía que recordara si hubo un antes, ni cómo era yo cuando niño, antes de que todo este sufrimiento que yo era hubiera empezado.

Hubo nuevos acercamientos a eso después. Ahora que lo estoy contando puedo ver que cada nuevo acercamiento no significó una evolución, sino una profundización... ni siquiera una profundización… es… es más bien un movimiento abarcador, comprehensivo, sin relación alguna con el tiempo, en el instante.

Con el tiempo volví a vivir en un estado de ansiedad y sufrimiento. Ocurrieron algunas desgracias objetivas, nada que yo inventase, pero gran parte de esas desgracias eran producidas por la manera en que las afrontaba y vivía. Caí en una depresión que me llevó al aislamiento, a la impotencia y a un deseo permanente de muerte.
Toda mi vida había ido de decepción en decepción. Pero solo puede haber decepción cuando hay expectativas, cuando se espera un resultado o la continuidad de algo. Para no caer en esa continua decepción uno deja de esperar nada, de querer nada... y entonces cae en una depresión.
Tras muchos fracasos uno deja de luchar. Quizá se consuele con la idea de que por lo menos lo ha intentado. O deja de luchar, definitivamente . Deja de luchar no interiormente, a causa de la comprensión de la futilidad de la lucha, sino exteriormente. Este exterior puede abarcar también la superficie de la conciencia. Hay por tanto dejación, ausencia de lucha en lo exterior, en la mente superficial, aunque en lo interior profundo esa lucha continúa alimentando la esperanza. De ahí que la decepción suceda una y otra vez, se regenera.


¿Puede esa lucha y la esperanza que la alienta terminar completamente? No es que me hiciera por entonces esta pregunta. Me mantenía gracias a esa ilusión subterránea que de vez en cuando afloraba de múltiples maneras, a pesar de que no creía en ella. No conocía otra manera de vivir.
No me refiero, por supuesto, a la lucha legítima por cambiar las condiciones de vida, lograr lo necesario para tener una vida digna, sino a esa otra que se entremezcla con aquella hasta parecer una sola: me refiero a la continua lucha por ser mejor, distinto a los que se es, autorrealizarse, tener más, mejor posición, más prestigio, más de esto o aquello, sea esto o aquello algo material, psicológico o espiritual. ¿Puede esa lucha terminar? Porque si no termina estamos condenados a caer una y otra vez en la decepción y la vida se convierte en un continuo o intermitente sufrimiento.

Había perdido la pasión por vivir una vida sencilla, sin apegos ni propósitos, sin ayer ni mañana y me había lanzado a la aventura de construir una imagen verdadera de mí mismo y del mundo y ahora solo tenía cenizas en las manos.

Un día, un fuerte dolor en el costado me llevó a urgencias. El dolor físico dejó el sufrimiento emocional y psíquico en un segundo plano. Cuando el dolor es muy intenso no hay temor. Se trataba de un cólico nefrítico con infección e inflamación del riñon que me tuvo siete días ingresado en el hospital. Una tarde, aún no habían venido a visitarme mi compañera ni mis hijos, la puerta de la habitación se abrió y asomó una cabecita risueña que no conocía. Prefiero no hablar de ella, solamente de lo que me trajo G.: una botella de aceite ecológico de mi amigo Manuel y un nuevo acercamiento a aquello que yacía enterrado en el fondo de mi ser, una nueva revolución, la que ha originado estos escritos. Yo solo dije: no me conformo con sucedáneos, pero ella estaba allí, con su esperanza y su misterio, hablando de la Gran Obra Maestra que la Vida era. Fue su misterio, no su esperanza, el que avivó la llama que yacía sepultada en lo profundo desde aquella liberación primera.

Volví a K
(Krishnamurti), al que no leía desde hacía años, no en busca de la verdad sino de la herramienta que me permitiera desescombrar mi conciencia. La herramienta afinó los sentidos, ordenó la mente. Yo era mi conciencia y mi conciencia era todo el contenido, mi pasado y la proyección de este pasado en el futuro. Aquello volvió con cierta particular intensidad, quizá porque ya no me importaba perderlo todo, quizá porque ya estaba perdido y por eso ahora es posible.

Narro estos acontecimientos de mi vida no porque sean importantes en sí, ni porque sean relevantes para el que los cuenta, ni porque quiera demostrar nada a nadie, nunca antes había hablado de esto en público, quizá solo pretendar devolver a la vida lo que esta me dio.

No basta con vivir el ahora, ni con saber que el ahora es todo lo que existe, es preciso comprenderlo y decirlo. No pretendo desarrollar una nueva teoría sobre la Vida, el Universo o el Todo. Dejo eso para lo que dicen que saben, los especialistas, profesores, filósofos, maestros, iluminados. Ni siquiera voy a contar mis experiencias, simplemente les invito a iniciar conmigo una investigación sobre el movimiento, completamente distinto a todo lo conocido, que se inicia a partir de esa revolución por la cual empiezas a darte cuenta de la importancia que tiene comprender el ahora. Si solo es posible vivir en el presente, lo cual parece lógico y coherente, resulta de suma importancia comprender qué no es y qué es el ahora.
Si hemos comprendido que somos el pasado y este pasado hace que nuestras vidas sean un continuo e insignificante girar y girar del conflicto al sufrimiento, quizá si tenemos suerte gozaremos de pasajeros momentos de felicidad... por qué no cambiar. Por qué no investigar si es posible vivir de otro modo.

Primer acercamiento

El primer acercamiento es puramente vivencial, el ahora se vive como sensación, abarca lo emocional, lo sensible, lo físico. Es el estado natural de inocencia infantil. Todos lo hemos vivido.

Muchos autodenominados iluminados regresan a ese primer estadio y ahí se quedan. No es que haya que evolucionar en ninguna dirección. Eso está siempre ahí. Es el éxtasis de la vida, la percepción de la belleza, de la perfecta relación entre la luz y las sombras, la armonía de la forma en la materia, en las montañas, los valles, la fuerza incontrolable de las tormentas y el cielo, la sensación del agua del río sobre la piel, los primeros escalofríos del sexo, el placer de estar vivo. Todo lo cual es velado por el condicionamiento de la educación, las costumbres, la cultura.
...
Nos reunieron a todos los alumnos en aquel sótano oscuro y frío, los maestros, para elegir nuestro regalo de navidad
entre un montón caótico de juguetes, entre la barahúnda de la lucha de los más fuertes entre sí y de estos contra los débiles. Yo no encontraba el momento de intervenir, quizá debido a que era de los más pequeños, a mi timidez o al estupor que me producía aquel magnífico espectáculo de codazos, pisotones, quítate tú para ponerme yo, que nos habían preparado nuestros insignes maestros. Había que mostrarse, salir de uno mismo y elegír. Fui uno de los últimos en hacerlo como, luego, me ocurrió durante toda la vida. Nunca se mostró con tanta claridad lo que sería vivir en una sociedad como la nuestra: se me ofreció la competición entre los míos como única forma de conseguir lo que me correspondía.
 ...
Aparte de los crueles maestros, no importa si su violencia es física o psicológica, no importa si su método se basa en el castigo o en la recompensa, aquella inocencia fue matada por los sucios sacerdotes, con sus imposiciones del sentimiento de culpa y arrepentimiento. La primera comunión. Ahora  veo cómo transformaron el mensaje de amor del manso crucificado en actos de rencor a la vida. Y aunque aquello no duró demasiado el mal estaba para siempre hecho.
...
Nunca fui el fuerte, quizá por eso fui un rebelde y, por eso, fui castigado por la autoridad cuando preferí seguir a los compañeros antes que a los sacerdotes y a los maestros. Preferí el futbolín al colegio, el ruido de la calle al silencio impuesto de las academias, el olor a basura al sudor rancio de
las instituciones, el fluir del río a los mármoles de los templos.

Aprendemos a competir entre nosotros por conseguir el mejor regalo, a sentir culpa, a huir del castigo, a aceptar la autoridad sin rechistar o a rebelarnos contra ella y quedamos atrapados en aquellas primeras experiencias. Grabadas a sangre y fuego en la conciencia me hicieron como soy, pero también, y esto es importante: me hicieron lo que soy. Yo soy eso y no la conclusión del razonamiento o conocimiento de un especialista, un profesor, un maestro, un iluminado. Es ahí donde tengo que mirar ahora... en las experiencias acumuladas hasta crear un velo impenetrable para la luz, para la vida. 

...
Con el tiempo tendremos incluso una concepción del mundo. Qué gran cosa, un arma para combatir contra las demás visiones del mundo. En mi caso, para huir de la angustia de vivir, fui existencialista antes de abrazar el marxismo. De Sartre a Marx, tal y como era común en mi época.

Tras el desengaño, algunos se quedaron atrapados en la idea de salvadores, caí en un absoluto nihilismo, en el caos autodestructivo. Lo cual no era sino resultado del excesivo control de la ideología sobre la vida. Toda ideología es una conclusión, una solución particular a los problemas de los seres humanos. Una solución basada en el conocimiento, en el pasado y proyectada hacia el futuro. Es la negación del presente, de la vida que fluye y nunca se estanca. La solución era vivir el ahora simplemente pero, al no comprenderlo, la vida física se transformó en destrucción y muerte. El desarreglo de todos los sentidos que me llevaría a convertirme en un santo, en un vidente (según la prescripción de Rimbaud) estuvo a punto de acabar literalmente con mi vida. Tomé toda clase de drogas, frecuenté a los ángeles de la mala vida, hasta convertirme yo mismo en un ángel caído.

En ese estado de caos autodestructivo me encontraba cuando una noche, camino del suicidio, me encontré con J., la que fue y es mi compañera. Con ella y otras amigas suyas vivía cuando se produjo el segundo acercamiento que conté al principio.

Segundo acercamiento

En el segundo acercamiento tratas de explicarte y comunicar lo vivido como algo que te ha ocurrido, y esta es la manera de perderlo. A continuación comienzas a creerte alguien especial, con una misión que realizar. Muchos iluminados se quedan en eso. Al convertirse en maestros están de nuevo perdidos. Es un regreso al ego, que se ha vuelto más sutil pero sigue estando ahí.
 

Frecuenté el Centro de Información K de Madrid. Pasábamos vídeos, dialogábamos. Nos veo allí sentados, cocinando la olla sin atrevernos a entrar en aguas profundas, peligrosas. A mí no me interesaba demasiado la cosa de la iluminación en sí, sino los efectos que aquella podía tener en nuestras vidas, en las vidas de la gente. Si todo se quedaba en un día por semana de dedicación a la causa en medio de una vida cómoda, rutinaria y ociosa qué insignificancia para el que había vivido jugándose la vida por la transformación del hombre en la lucha política. Qué teníamos que decir nosotros a la gente que sufre, como gente que igualmente sufre no como iluminados que miran desde su incontaminada altura, eso era lo que me importaba. Pero no teníamos nada que decir que no hubiera dicho ya el maestro. Para satisfacer mi vanidad, no comprendida en su momento, dejé que me eligieran coordinador, aunque luego resultó que fue una solución de compromiso para contentar a las distintas facciones en juego. A mí que andaba como siempre solo y perdido. Era completamente absurda y ridícula, además de mezquina, aquella lucha entre grupos por el poder. A los pocos meses dejé a aquella gente totalmente defraudado. Lo que pasó allí solo lo entiendo ahora, muchos años después. 
...
Si realmente lo vuestro es el poder por qué os mezcláis, pobres diablos, en las cosas sagradas del ahora. Destruye y mata allí donde la vida es muerte y destrucción, vence o sé vencido en el campo de batalla pero no ensucies la fuente de la vida.
... Volví a mi consabido nihilismo, ahora fortalecido, por una nueva decepción, por un nuevo desengaño, un nuevo fracaso. Sin embargo, poco después me enfrasqué en una investigación que acabó convirtiéndose en una obsesión, en una rutina. Un estudio que me aisló por completo de la gente y del mundo y que llevó mi vida y la de mi familia a la más absoluta ruina. El objetivo lo merecía, pues había descubierto el proceso y la estructura de la energía y el modelo originario que la describía, modelo que era la base de todas las cosmovisiones antiguas, tradicionales e indígenas. O al menos eso creía. Aquella investigación me llevó veinte años. Veinte años tirados a la basura, a no ser que pudiera ver que la imagen que había construido era solo eso, una imagen, y que la imagen del mundo no es el mundo. Pero no lo veía. 
Poco antes me había trasladado con mi familia de Madrid a Andalucía, huyendo de la mala suerte. Hubo desgracias reales y desgracias provocadas por mi ambición de conocimiento que me llevaron a una profunda depresión y a un encuentro con la muerte. Quizá el único valor de aquel descubrimiento fue aprender el lenguaje que ahora me permite expresar que el ahora es un incendio que quema todos los residuos del pasado, de todo conocimiento, y, por eso, al cabo de veinte años de estudio me encuentro con las manos vacías. Lo mismo que cuando comencé.

Tercer acercamiento

Al menos en mi caso ha habido un tercer acercamiento. Su característica principal es que la mente comienza a entenderse a sí misma. Es lo que empezó a ocurrir después de la terrible depresión y el encuentro con G. en el hospital, al que me he referido en la introducción.

Qué entiendo por mente: no es el ego, sino el instrumento del cerebro para comprender la forma u orden de la materia. Es entendimiento y discriminación. Es comprensión de la conciencia como pensamiento y de la imposibilidad de una conciencia sin pensamiento. Percepción de la mente como proporción, la armonía existente en la naturaleza, inseparable de la materia. Y comprensión del orden implícito en el presente. 

Muchos de los autodenominados iluminados no entienden qué es la mente. Hablan de vivir el presente, sin pensamientos, pero lo viven como una sensación o como resultado de la enseñanza del hipotético maestro espiritual que ellos se creen que son. Puede que su pensamiento sea muy débil, que el intervalo entre pensamientos sea muy grande y, por eso, sean más perceptivos y tengan una sensación de paz, etc., pero si niegan la mente es que no han entendido nada. No hay materia sin mente: la mente es la relación de las partes entre sí y de estas con el todo, es una proporción armónica, la razón tal y como la entendían los antiguos griegos. Eso está ahí, eso no es tuyo ni mío.

El presente no es un punto adimensional, o sólo lo es con respecto al tiempo. El presente es simultáneamente atención, materia, forma o mente y conciencia pensamiento.

1. Como atención capta el proceso energético, su recorrido, el final como principio y el principio como final en un solo instante. 
2. La materia, el cuerpo, proporciona y es origen de la sensación del ahora.
3. La mente es el espacio creado por la indagación a partir de la duda, el intervalo entre la interrogación y la respuesta.
4. La conciencia es el contenido nacido del impulso o pulsión primordial, origen del deseo, reflejo o imagen de la atención creada alrededor del observador, pura ilusión, el observador separado de lo observado.
Lo cual es solo una declaración, un índice. Perdonen el laconismo. Profundizaremos en todo esto un poco más adelante.

Cuarto acercamiento

Se puede postular un cuarto acercamiento: el completo conocimiento de uno mismo que llevaría al estado de iluminación. Pero este es solo una teoría. Este cuarto acercamiento en realidad no me interesa demasiado. Se vuelve con facilidad mera especulación. Sin embargo, es el enganche de los todos los gurús, de todos los maestros espirituales y demás ralea que buscan en tu bolsillo.

Uno lee, escucha a todos esos iluminados, maestros espirituales y demás gente que sabe y se pregunta qué es lo que saben que no sepa ya mi frutero o mi vecino. Viven exactamente igual que estos, de una conclusión, de una idea que te venden como lo real.

A la gente sencilla no nos interesan los iluminados, ni su propuesta de “para alcanzar aquello siga usted mi camino”. Los que dicen que lo han alcanzado mienten o se engañan a sí mismos. No hay un estado que pueda llamarse iluminación. Si se refieren a algo (incluso después de negarlo) a lo que se refieren no es a un estado permanente ni absoluto, en todo caso un proceso que coincide con el proceso del presente. Siendo algo común y corriente, al interpretarlo como un estado extraordinario y absoluto, lo convierten en algo inaccesible.

El impulso vital que da lugar a la conciencia no puede cesar, pues sin él no es posible la vida. Sin embargo, ese impulso no es la conciencia. La conciencia, como bien dice K, es su contenido… y su centro de atracción-proyección, el ego.
¿Puede haber conciencia sin centro, sin ego? La pregunta es ¿Podría ser extirpada la raíz del ego? Podría… Pero no puede suceder, pues al suceder tiene continuidad y donde hay continuidad hay tiempo, pensamiento. No sucede, es o no es, como la acción, como el amor, como la muerte. Por lo tanto, nadie puede llegar a ese estado o alcanzar eso.

Hay una acción en la que ni el cerebro ni el cuerpo se identifican con el centro de la conciencia, el ego. Pero ya hemos visto que esta no identificación no puede ser permanente, ni algo definitivo, sino algo que se renueva en el presente. Por eso no es permanente, ni algo que suceda: es creación, acción constantemente nueva.

No es un estado. Nadie puede estar iluminado, ni existen los maestros. Quien diga algo así de sí mismo o de otros, miente o se engaña a sí mismo. Por lo mismo, no existe la evolución espiritual ni la autorrealización. Estas no son sino un movimiento más de la conciencia alrededor del ego.

No sé que es el ahora

Miraba la exuberante vegetación alrededor de la casa de campo que mi padre había alquilado para  veranear a unos pocos kilómetros de la ciudad, en el Puente de la Sierra, junto al río de Jaén. Era un viejo edificio que durante el invierno servía de escuela a los niños de los hortelanos de la vega. Tenía un aula cerrada y oscura y una pequeña capilla. Nosotros ocupábamos las dependencias de los maestros. En las siestas mi mundo se circunscribía a los jardines que la rodeaban. Bajo la sombra del porche contemplaba quizá extasiado los movimientos de los minúsculos insectos como en la cresta de luz de una ola. Un ansioso aleteo en el suelo llamó mi atención. Un polluelo de gorrión trataba de ocultarse entre las secas hierbas del suelo. Un primitivo instinto hizo que me abalanzara sobre él para cogerlo, apresarlo, hacerlo mío. Un instante después sentía como se agitaba asustado entre mis manos. Quise mirarlo despacio para gozar de su frágil vida. Al abrir mis dedos sentí que se escapaba. Mi torpe impulso fue cerrarlos, apretarlos sobre él para que no se fuera. Como cortando el corazón de su raíz sentí en mi pecho la navaja del miedo. Lo solté asustado. El pajarillo herido y el niño eran uno. Un instante después, los dos muertos. Ciegos en el éxtasis de la luz. Terrible impacto, la muerte ahora.
De un golpe aprendí que la vida no puede ser controlada, sujeta, ni apresada. Pero ¿sería capaz de vivir con las manos abiertas?

Este es uno de mis primeros recuerdos, si no el más antiguo.

No sé lo que es el ahora. Ya sé que incluso me permití incluir un índice, según el cual el presente es


Atención

Mente

Cuerpo

Conciencia

Pero realmente no sé lo que es, aunque perciba que es una sola y única acción no fragmentada.
Por tanto, el ahora no se halla dividido en atención, mente, cuerpo y conciencia. El presente es esos cuatro movimientos o campos energéticos, simultáneamente, en un solo movimiento que ve, abraza, siente y vive.
A la conciencia del ahora sin el movimiento del tiempo la llamamos vida. No sé lo que es aunque pueda percibirla a través del cuerpo. Igualmente percibo la mente a través de las relaciones entre las partes y de estas con el todo, aunque tampoco sepa lo que es.
Acción, atención, discriminación, sensación, conciencia.  La discriminación es la acción de la mente que permite orientarnos. No es conocimiento adquirido por educación o condicionamiento.
Como no sabemos lo que es no podemos partir del conocimiento propio o de lo que los demás han dicho. Es preciso vivirlo. Pero ya vivimos en el presente, esto es un hecho. Nadie medianamente cuerdo pondría en duda esto. Vivimos en el presente, lo cual no quiere decir que vivamos el presente ya que somos el pasado, nuestros recuerdos y experiencias, nuestras esperanzas y objetivos.
Al darnos cuenta de que somos el pasado y su proyección, la conciencia queda envuelta en el presente. La conciencia, lo que realmente somos, lo que sabemos o recordamos. Aún así no lo comprendemos, Para comprenderlo es preciso que el contenido de la conciencia sea percibido y cese su ruido.
Al cesar hay percepción de la vida moviéndose en el ahora. La vida es ahora, pero no hay un yo, no hay un centro, no es poder, no sirve para conseguir otra cosa. Nadie puede experimentar el ahora. El ahora no es el intervalo entre dos pensamientos. Por eso es un poco tonto decir “yo soy eso”. Mientras que haya un yo eso no es sino pasado, recuerdo, conocimiento, pensamiento, tiempo.

Los adultos me daban miedo

El mismo verano del pajarillo muerto entre las manos, los amigos de mis padres organizaron una fiesta. Después de comer y beber, al chistoso del grupo se le ocurrió organizar una procesión, pero como no tenían santo de palo, o consideraron idolatría utilizar uno de la capilla, a alguien se le ocurrió que el santo podría estar vivo. Quién mejor que un inocente niño. Cogieron una tabla del aula y me subieron a ella sentado en una silla, envuelto en una sábana. A mi alrededor ellos cantaban y reían con velas encendidas en las manos. Me llevaron por el pasillo desde el aula a la capilla. Yo estaba aterrorizado con la idea de caer desde la tabla, que se movía  al compás de los borrachos, al suelo. No fue la última vez que alguien me subió a una mesa siendo yo un niño, solían hacerlo mis tíos y primos mayores en sus fiestas familiares para que contara chistes y, luego, en el extremo de la euforia y de las risas del vino me lanzaban al aire. Temía que antes o después me dejaran caer al suelo.

Antes y después, muchas veces me dejaron caer al suelo. Sin embargo, no ha ocurrido nunca ahora.

Muchas veces fue dejado caer, abandonado por los hombres, por el mundo, jamás por Ella. Aunque, luego, fui viendo que Ella no atendía siempre a los ruegos de su niño mimado. No bastaba con sentarse a esperar sobre la tarima como si uno fuera un santo. Los demás, que solo pretendían reírse un rato, ni siquiera estaban dispuestos a pagar por ello. Era preciso darles lo que esperaban, no cualquier cosa que a mi se me ocurriera. Pero para entregarles aquello que deseaban recibir tenía que volver a la tierra y ser como ellos. Y yo seguía en la tarima, sobre la mesa.
 
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